RECONSTRUIR EL HOMBRE
Abraham Gragera, El tiempo menos solo
Pre-Textos. Valencia, 2012. 56
páginas
Cuando los poetas nacidos en torno a
mediados de los 70 del pasado siglo comenzaron a publicar, las discusiones del
medio eran más tribales que estéticas (que también lo eran, aunque no siempre
muy argumentadas). Para cualquiera que asomara un poco la cabeza a lo que
estaba pasando en otras latitudes, y especialmente a lo que se traducía de
otras lenguas a otras lenguas, resultaba evidente en seguida que existía una
serie de nombres fundamentales del siglo XX que nunca se habían publicado en
España o de los que nos habíamos conformado con tener muestras no siempre bien
resueltas. De Joseph Brodsky apenas había un libro de poemas, de Milosz sólo se
publicó una antología tirando a deplorable después de que ganase el Nobel (lo
mismo ocurrió con Szymborska), de Zbigniew Herbert y Miroslav Holub apenas
había breves antologías, nada de Vasko Popa, poco de Marin Sorescu, algo de
Yehuda Amijai... y así con un larguísimo etcétera de poetas que comenzaron a
constituir para muchos una verdadera generación anterior de referencia,
nombres junto a los que cabían sin duda José Ángel Valente o Ángel González,
que dejaban de ser referencias únicas. Además, se leyó con interés verdadero, y
se vio igualmente como padres, a poetas latinoamericanos como Rafael
Cadenas, Efraín Huerta, Darío Jaramillo o José Watanabe, seguidos de otro
larguísimo etcétera. No todo venía ya de Claudio Rodríguez. Sin duda esto pilló
fuera de juego a buena parte de la crítica patria, que veía difícilmente más
allá de Aleixandre y que no se dio cuenta (y en muchos casos, no se la ha dado
aún) de cómo esta generación ha puesto en hora el reloj de la poesía española.
Abraham Gragera (Madrid, 1973) fue desde
muy pronto un poeta muy tenido en cuenta por todos, aunque hasta 2005 no
publicó su primer libro, Adiós a la época de los grandes caracteres. En
ese libro, Gragera llevaba a la práctica la evidencia de que buscar decir cosas
nuevas (nuevas-pequeñas, claro; un poema es la continuación del gigantesco
ensayo sobre la naturaleza humana que es la poesía, pero si renuncia a llevar
esa investigación un pasito más allá, no es nada) equivalía a buscar nuevas
formas de decirlas. Su habilidad para la metáfora inusual, para la imagen que
descoloca al lector más que recolocarlo de nuevo ante un tópico, despistó a
muchos, que vieron en su desparpajo (Gragera trata a sus modelos de igual a
igual, sin reverencia pero con respeto) el camino de cierta “abstracción” poética
que han seguido otros poetas jóvenes, que renuncian a que el poema necesite
decir nada si “suena bien”, si es “algo bonito”. Pero Gragera iba mucho más
allá, y que esa lectura, si bien extendida, fue errónea, lo viene a demostrar
ahora su segundo libro.
El tiempo menos solo
evidencia más cuáles son los modelos de Gragera, quien tiene talento de sobra
para evitar el pastiche. Sabe en qué banquete participa y su voz no disuena.
Gragera aúna la tradición centroeuropea, tan consciente del peso de la historia,
con la curiosidad por el pasado de la poesía norteamericana reciente. Si Merwin
(a quien ha traducido) trata a veces de imitar la sintaxis latina en sus
versos, Gragera toma recursos de aquí y de allá y hace guiños sibilinos a la
métrica clásica, escribe poemas en prosa a la vez que juega con la rima. Hay
poemas que remiten al mundo clásico (más a través de Herbert que de Cavafis,
pero muy consciente de lo que de uno hay en el otro) y preguntas constantes
sobre la función de la poesía y del lenguaje pero en un intento no de
desacralizar, sino de reactivar su capacidad epifánica.
Gragera recurre a menudo en este
libro a la pintura como correlato de la poesía, bien para actualizar viejos
mitos y creencias, como en “Laguna”, bien para buscar refugio en mundos
“acabados”, como ocurre en “A la altura, a medida”. Temas clásicos y bíblicos
reaparecen en textos como “En el bosque de Colono”, “Viejas plegarias
atenienses” o “La mujer de Job”, mientras que “La oveja” reflexiona en nueve
pasos sobre esa reactivación de la palabra poética. Hay también poemas de amor
(“Albada” o “Los insomnes”) que aciertan al no quedarse ni conformarse con ser
poemas de amor; y hondas elegías reflexivas sobre lo vivido, como “Remoto
figurado”, uno de los grandes poemas del libro y de los últimos años de la
poesía española.
En El tiempo menos solo
Gragera parece haber optado por centrar su propuesta, por dejar de lado (tal
vez sólo de momento, para aclarar su intención) la pirotecnia más accesoria.
Demuestra que no la necesitaba para escribir poemas que descubren algo más de
nuestras zonas oscuras y, sobre todo, que recuperan algo esencial de la poesía
clásica: nos ayudan a vivir mejor, a entender mejor nuestro tiempo, a
acercarnos más a eso que solemos llamar ser felices. Con poetas como
Abraham Gragera comienza algo nuevo; después de tanta deconstrucción,
desacralización, caída y muerte de símbolos y creencias, empieza la
construcción de una forma de ser humano. Sin necesidad de falsos ídolos, con
una necesidad enorme de fe en una forma de vida plena y consciente de sí.
Martín López-Vega
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