sábado, 18 de septiembre de 2010

Mudanza

Me mudo a Madrid. Por tercera o cuarta vez en mi vida vuelvo a la ciudad donde nací y a la que nada me une salvo algunos recuerdos de segunda o tercera juventud.
Cuelgo un poema de Ashbery, una brillante parodia, llena de invención verbal, humor e ironía, de lo sublime romántico: ideal para quien se dispone a cambiar de lugar y de tiempo mientras sigue intentando aprender a jugar con el fardo obeso y siempre vulnerable de la tradición, de las vidas acumuladas, y a proteger las esperanzas propias con muecas teatrales y actos gratuitos de ¡oh! cierto valor estético.
Es, pues, mi modo de desearme suerte.

LOS PATINADORES, II


Antiguos cielos, solíais pellizcaros encima de nosotros,
firmes como la lluvia cada vez que una salva… Antiguos cielos
que yacéis sobre el viejo, mas no ruinoso, fuerte,
¿acaso alguien escucha, allí, lo que yo digo?

Pues sois vosotros el objeto de mi parodia,
vuestras invisibles negativas. Y las casi atinadas impresiones
que la prensa corrobora, lo cual está muy bien.
Desde aquí os invoco, mas no creo que lleguéis a responderme.

Pues estoy condenado a tamborilear con los dedos
en este piano cerrado, este tedioso planeta, tierra
como haciendo un guiño a través de anhelantes, crecientes distancias,
un último destello antes de la noche.

Mucho más se podría haber dicho en favor de las tormentas
mas parece que las abandonasteis en pro de la infinita luz.
No puedo decir que en el cambio aprecie mejoría.
Hay algo inquietante en estas noches de verano que no terminan nunca…

Nos acercamos a la costa mora, creo, en un bateau.
Me pregunto si allí encontraré amigos,
si el futuro será más amable conmigo que el pasado, por ejemplo,
y lo dispongo todo para estar dispuesto, y descubro que no lo estoy.

Pero estoy preparado para este viaje y para cualquier cosa digna de
     mención.
No es que tenga o no miedo, sino que el tiempo es breve.
Quizá hayas hecho alguna vez preparativos para un viaje y sepas qué
     se siente.
Una mañana, de pronto, el trenecito llega a la estación y oh, pero qué grande

es. Mucho más grande y veloz de lo que te dijeron.
Un estudiante barbudo con un ancho y viejo abrigo espera para cogerlo.
Por qué ir hacia allí, dicen todos. El otro rumbo es mejor.
Y es cierto. Allí la gente es libre, antes que nada. Pero adonde tú vas, nadie
     lo es.

Sin embargo, hay parques y edificios que visitar, la “Bibliothèque
     Municipale”,
reservas de hotel y demás tonterías. Viejas películas americanas dobladas
     a otros idiomas.
Café, whisky, colillas. Cosas que a nadie importan. Lluvia en la áspera
     lana de tu abrigo ligero.
Me doy cuenta de que nunca he sabido por qué quise venir.

De todos modos jamás regresaré al pasado, ese ático.
Tal vez los veleros sean allí más hermosos que éstos, éstos contra
     los que me inclino ahora,
salpicados de diamantes y manchas purpúreas, anaranjadas,
que otra vez me conducen a la búsqueda de lo desconocido. Estas velas son
     la vida misma para mí.

Una vez oí a una niña hablar de ello, lloraba, y le traje pescado y fruta fresca,
aceitunas y pan horneado. Secó sus lágrimas y me lo agradeció.
Ahora navegamos juntos mar adentro hacia un ocaso púrpura.
¡Me encanta! Este crucero no será nunca demasiado largo para mí.

Y de nuevo escritorios, radiadores… ¡No! Todo eso quedó atrás.
No más embotamiento, sólo cine, amor y risas, sexo y diversión.
El revisor toca el silbato con premura, la ventanilla se cierra.
El tren que nos lleva es un transbordador, los barcos son reales esta vez.

Pero escucho a los cielos decir: ¿Es apropiado? ¿Este continuo vaivén?
¿La risa y las lágrimas y lo demás? ¿No debería la simple tristeza ser
     bastante para él?
¡No! ¡No volveré a soportarlo, viejos, bigotudos cubiles de tristeza
Esto es justo lo que necesito. Instalarme cómodamente en el balcón de
     mi rostro

contemplar el maldito paisaje, un faro satisfecho
soy. Ni por un rey me cambiaría. Aquí me quedo pues, siempre volviendo a
     empezar
mi interminable viaje hacia nuevas nostalgias, nuevos anhelos y flores,
el modo en que las costas se deslizan al pasar. Jamás olvidaré este instante

de puro éxtasis. Soy más feliz de lo que nunca imaginé
que podría serlo alguien.  Y el ancla como un dedo hurga en el fondo de las
    costas…
¡Todo está pasando! ¡Es pasado! No, Yo sigo aquí,
braman las costas y rugen los cielos en su aquiescencia

mientras nos baña una luz de limón que desciende
horizontal hasta la noche, la noche que el cielo fue
lo bastante benévolo para enviarnos, y me abandono a los sueños más
     dulces,
nuevamente feliz, porque el mañana ha llegado.

Mas la cuestión permanece. Nubes errantes derraman pasado.
Léase el diario oficial. Nosotros no la desvelaremos hoy.
El viejo hogar humeó peor que nunca porque la lluvia caía dentro de la
     chimenea.
Solamente el ojo turbio de la niebla nos abordaba a través del cristal reparado.

Fuera, el agua fangosa anegó la madera del desgastado escalón.
El bote de remos fue amarrado en la charca infestada de cocodrilos.
De alguna parte, de lo más profundo de la jungla, un lamento llegó.
¿No sería…? En resumen, un día lluvioso, un clima húmedo.

El viaje entero ha de ser cancelado.
Es imposible realizar las diferentes conexiones.
Además, los hoteles están saturados esta temporada. Y los juncos repletos
     de refugiados
que vuelven de las islas. Besugos y lenguados abundan en las aguas
     cenagosas.

De hecho, representan la médula económica de la isla.
Eso, y liar puros. Por favor, deje sus documentos sobre la mesa y desfile.
Ya sabe. “La Marcha nupcial”. Claro, eso es. Los novios descienden
los escalones de la vieja iglesita. Penden festones, jirones de nubes

y hasta parece que el sol va a asomarse. Pero con tanta falsa alarma…
¡No, ha sucedido! ¡La tormenta ha cesado! De nuevo el tiempo es bueno, el
     cielo claro.
¿Y el viaje? ¡Continúa! Escuchad, el barco zarpa.
¡Puedo oír el silbido de la sirena! ¡Casi no hay tiempo para llegar al muelle!

Y se alejan en masa, bajo la luz sulfurosa del crepúsculo,
a las ultramarinas, plateadas aguas donde espera el reluciente, blanco navío
a que lo inunde en tropel la variada, contenta multitud
cantando y derramando himnos sobre el anchuroso mar…

Y nos arrastran halando y nos envuelven con serpentinas,
áureo confeti de plata. Y reímos alegres y cantamos junto a los jubilosos
mas sin estar lo bastante seguros de querer acudir –hace tanto calor en
     el muelle.
¿Quién sabe dónde levará anclas el majestuoso navío?

Y plenos de risas y lágrimas nos acercamos furtivos a los demás pasajeros.
Y el suelo vira bajo los pies. ¿Es el barco? Podría ser el muelle…
Y con un poderoso golpe de viento las velas se alzan… Y un horrible humo
     negro es escupido por las chimeneas
y mancha los trajes dorados de carnaval de un alegre hollín azabache

y así, como entrando en un túnel, da comienzo el viaje
sólo, como ya dije, para continuar. Los ojos de los que se quedan
     se humedecen
los nuestros están secos. ¡Y en la noche secreta y brumosa se pierden
     como todos nosotros!
¡En lo desconocido, el misterio que nos ama, lo grande, magnífico,
     desconocido!

                                                             John Ashbery
                                                             Traducción de Abraham Gragera

2 comentarios:

  1. Qué bueno reencontrarte, traduciendo además. Y descubro a Fortini.

    Un abrazo.
    Andrés

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  2. Hey, Andrés, nada, ya estamos en contacto. Te acabo de avecindar.

    Un abrazo.

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